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Laura Freixas

La Vanguardia (Opinión), 2-1-14

FELICITACIONES INQUIETANTES

Los dos gobiernos que nos gobiernan, el español y el catalán, han enviado felicitaciones navideñas con imágenes de lo más elocuente: el uno religiosa, el otro guerrera. La del gobierno de España (al menos la de un Ministerio, el de Sanidad) representa un belén. Ah, pero ¿no estábamos en un Estado no confesional? Eso dice la Constitución, a pesar de lo cual el jefe de Estado se dirige al país, no el día de fin de año, el de la fiesta nacional o el de la Constitución, sino en Nochebuena, flanqueado por una bandera y un belén. Entonces, ¿a quién representan la monarquía y el gobierno: a todas y todos los españoles por igual, o a los católicos más que a los otros? ...Pero qué difícil es criticar una religión tan animada de buenas intenciones, que predica la caridad, la familia, la vida, el amor... Lástima que todo esto tan bonito se traduzca luego en cosas como obligar (lo escribía aquí el lunes pasado Joana Bonet) a una prostituta nigeriana adolescente sin papeles, por ejemplo, a conseguir dos informes de psiquiatras si no quiere gestar, parir, mantener y cuidar durante dieciocho años al hijo de un desconocido que alquiló su cuerpo por un rato (y que naturalmente, y con el beneplácito de la ley, se lavará las manos). Curioso concepto este del amor: obligatorio, bajo pena de cárcel.

No menos angelicales son los sentimientos que se atribuye a sí mismo el movimiento soberanista. Talante democrático, pacifismo, amor por la libertad, ilusión, patriotismo... Pero la felicitación navideña del gobierno catalán ilustra una acción militar: el asedio a Barcelona en 1705, en la guerra de Sucesión Una muestra más de la interpretación que el soberanismo hace de la historia catalana: tuvimos el paraíso y lo perdimos por culpa de una guerra en la que fuimos derrotados; de lo que en buena lógica se deduce -aunque nadie lo haya dicho todavía con todas las letras- que deberíamos aspirar a recobrarlo mediante una nueva guerra que, esta vez, ganáramos.

Quizá sería preferible en nuestros gobernantes, los de Madrid y los de Barcelona, menos ilusión y más razones, menos convicciones y más pactos, menos cantos de amor a la vida, a la familia, a la libertad, a la patria... y más respeto a quienes no pensamos como ellos, menos buena conciencia y más responsabilidad. Que nos jugamos mucho, y el infierno, ¿habrá que recordarlo? está empedrado de buenas intenciones.

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