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SUEÑOS DE LA VIDA MADURA
Tal como sugiere el texto de la contraportada y en definitiva la tesis de este libro, los cuarenta años son la edad en que dejamos de soñar con el futuro, de hacernos vanas promesas o propósitos irrealizables, y mediante la separación de la realidad y los sueños, con el componente implícito de aceptación y renuncia que implica ese reconocimiento de lo real, liberamos la capacidad de soñar, entendida como la fantasía, terrible o gozosa, que configura la otra cara de la existencia. Así, Laura Freixas (Barcelona, 1958) ha tejido nueve historias, escritas en un tono ligero ya veces singularmente brillante, en las que la fantasía se mezcla con la realidad para contar simbólicamente otra cosa del personaje, del momento, de cualquier vida o cualquier punto de vista. Con esa capacidad de dejarse llevar por la imaginación, la sorpresa del final está servida: casi en cada historia hay un enigma que se resuelve, un desenlace imprevisto, un juego, una broma, una confusión debida a la fuerza de las apariencias en la sociedad moderna, una metarrealidad en la que el mundo se convierte en decorado publicitario como en la película "El show de Truman", o imita los dibujos de ventanas hechos por la protagonista y susceptibles de ser atravesados mágicamente, como en los cuentos de la infancia. En "Las puertas", una mujer decide visitar la casa de su amante para averiguar cómo es la esposa y acabar sorprendida y atrapada en un empeño distinto a su intención. "La visita" describe el desencuentro entre la juventud y la madurez. "La noche" presenta aúna especie de Morfeo ocupado en hacer soñara la gente. Otra mujer viaja casi virtualmente por su pasado y sus sueños en "La estación", mientras "El cielo" es la encarnación de la esperanza necesaria, la vida soñada o la pequeña felicidad vislumbrada que permite soportar la amarga realidad. y así sucesivamente. Accesible y fácil de leer, gracias a esa ligereza poética con la que fluye la escritura y que permite esbozar sutilmente las ideas, a veces con referencias modernas, no es de extrañar que la autora haya dedicado este libro a la gente que lee en el metro, ya que es un buen libro para leer así, en un trayecto cotidiano, como una vía para reconciliarse con la parte más prosaica y gris de la existencia contando tan sólo con el propio pensamiento.
Isabel Núñez La Vanguardia, 11/5/01
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