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Laura Freixas
La Vanguardia, 18 de
marzo de 2010
ADIOS A
"LA BERZA"
En
los años 80 se puso de moda una curiosa expresión en el mundo
literario: “la berza”. “La berza” era un cierto tipo de literatura
española: realista, costumbrista incluso, y situada en España, la
España mediocre y tristona del franquismo, especialmente la rural. “La
berza”, huelga decirlo, no era una expresión cariñosa; los que en los
años 80 empezábamos a publicar la usábamos para burlarnos y
desmarcarnos de cierta generación de nuestros mayores. Si ellos eran
realistas, nosotros seríamos fantasiosos; si ellos se inscribían en la
tradición española, nosotros leeríamos a los existencialistas franceses
o al boom latinoamericano; si ellos se interesaban por la España de
provincias, nosotros seríamos furiosamente cosmopolitas. Los
relatos semifantásticos del primer libro de Cristina Fernández Cubas,
Mi hermana Elba, en 1980, y la China de Jesús Ferrero en Bélver Yin, de
1981, eran una buena muestra de ese espíritu. La literatura española
llevaba demasiado tiempo obsesionada con el “me duele España” de
Unamuno; nosotros, bostezando “me aburre España”, queríamos pasar
página.
¿Y
quién era “la berza”? Según las opiniones, “la berza” podía empezar en
Galdós (a quien ya Valle-Inclán tildó de “garbancero”), abarcar a
autores que no situaban sus ficciones en provincias sino en la capital,
como Carmen Martín Gaite o Juan García Hortelano, o que experimentaban
en lo formal, como Cela... “La berza”, en fin, era opinable, salvo en
un nombre. La encarnación perfecta de la berza, su epítome
indiscutible, la berza por antonomasia, era, ustedes lo habrán
adivinado, Miguel Delibes. Que en el mismo año, 1981, en que Jesús
Ferrero escribía sobre la misteriosa secta china del Nenúfar Blanco,
daba a la imprenta su enésima novela provinciana y rural, Los santos
inocentes…
Y
han pasado, dios mío, treinta años. Han surgido nuevas generaciones: la
Kronen, la Nocilla… mucho más alejadas aún de lo que significó Delibes.
Mientras, Delibes, impertérrito, seguía su camino. Y nosotros, los
enfants terribles de los 80, cuando se nos pasó la rabieta contra “la
berza”, empezamos a descubrir los encantos de Galdós, García Hortelano,
Martín Gaite… y un día de los años 90, en Madrid, se pudo ver al
mismísimo Jesús Ferrero participando en un homenaje a Miguel Delibes. Y
es que no hay milagro que no pueda hacer el tiempo. O sea, la madurez.
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