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Laura Freixas
El País,
20-04-11
LA
BATALLA DE LA IDENTIDAD
Que ante una
determinada propuesta, un partido político se abstenga en el Parlamento
(donde tiene mayoría), mientras vota sí en un referéndum celebrado en
la calle, resulta por lo menos insólito. Y sin embargo, es lo que han
hecho estos días, frente a la propuesta de secesión de Catalunya,
Convergència y su líder, Artur Mas. El cual ha explicado que como
persona está a favor de la independencia, pero como presidente de la
Generalitat, no la puede apoyar. Por un lado el corazón, por otro la
cabeza... Y es que en eso, los españoles tenemos un viejo problema: no
es fácil entregar nuestro corazón a España.
El franquismo, que en tantas cosas ha desaparecido sin dejar rastro,
sigue condicionándonos en cuanto a la identidad nacional. Pues en ese
terreno consiguió algo tan provechoso para sí mismo como fatal para el
país: monopolizarla. Todavía hoy, la mera palabra “España” o la bandera
nos evocan cosas tan siniestras como las arengas de Franco o tan
ridículas como la frase de José Antonio “ser español es una de las
pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo”. Lo malo es que
si ser español no es ser franquista, ¿qué es? La historia, los himnos,
las fiestas… todo aquello en lo que podríamos fundamentar un
sentimiento de pertenencia nacional, a la hora de la verdad, no nos
sirve. El régimen político ha sufrido demasiados bandazos como para
representar un santo y seña, al modo en que lo es la monarquía para los
británicos o la República para los franceses. El himno es una
musiquilla militar sin gracia, sin historia y sin letra. Contrariamente
al Thanksgiving
estadounidense o al 14 de julio francés, nuestras fiestas nacionales
son movedizas (18 de julio, 12 de octubre…) o polémicas (los toros). ¿Y
los grandes artistas, pedestales del orgullo patriótico en tantos
países? También aquí, todo está demasiado políticamente connotado.
Santa Teresa fue esgrimida por el franquismo como “Santa de la Raza”;
Goya no nos deja olvidar nuestros disparates y desastres; Dalí era
embarazosamente franquista; Picasso se hizo francés… Suerte que nos
queda Cervantes. El ahínco con que se le reivindica estos últimos años
se debe seguramente a que es uno de los pocos iconos inofensivos de
españolidad que quedan.
¿Entonces?... Un libro de la historiadora francesa Mona Ozouf, Composition française, nos hace una
propuesta interesante. Nacida en Bretaña en 1931, hija de militantes de
la lengua y la identidad bretonas, Ozouf ha vivido toda su vida bajo un
dilema a la vez similar y distinto del nuestro. Distinto, porque
en Francia la identidad nacional no ofrece duda: se encarna en el 14 de
julio, La Marsellesa, el lema “libertad, igualdad, fraternidad”…. Pero
¿cómo conjugar esa Francia si bien se mira tan abstracta, más idea que
país, con las vivencias concretas? En tanto que bretona y consciente de
serlo, Ozouf vive su condición en unos términos excepcionales en
Francia (donde los nacionalismos periféricos son casi inexistentes)
pero muy representativos, en cambio, de la mayoría de nosotros, que a
la vez que españoles nos sentimos catalanes, o asturianos o andaluces.
La alternativa que sugiere Ozouf parece muy sencilla, pero es el
resultado de toda una vida elaborando sus dos identidades. Lo que
ella propone es vivirlas no como contradictorias, ni tampoco como
complementarias: sino que la una –la bretona, hecha de lluvia, de
topónimos, de sidra…- sea el contenido concreto que convierta en real,
en sentida, a la otra, la francesa, que sin ello resulta excesivamente
seca. No se trata, pues, de ser o francesa o bretona, ni francesa pero
bretona, ni siquiera exactamente francesa y bretona, sino francesa en
tanto que bretona.
Lo cual nos devuelve a la pregunta: ¿cómo podemos ser españoles? Hace
algunos años se puso de moda un concepto acuñado por Habermas:
“patriotismo constitucional”. Pero si ser español no es nada más que
adherirse a la Constitución de 1978, el problema sigue intacto. Entre
una fórmula abstracta, por un lado, y las vivencias personales por
otro, entre una opción política y el amor a un paisaje... la batalla es
desigual y la elección imposible. La Constitución es incolora, inodora
e insípida. Las sardanas, el sabor del pan con tomate y anchoas, la
gracia intraducible de palabras como bufanúvols…
no tienen nada que ver y es imposible que lo tengan con el texto de una
ley, por mucha que sea la convicción con que lo suscribimos.
De ese diálogo de sordos entre dos maneras de entender la patria nace
un gran malentendido: el de creer que unas vivencias solo pueden tener
una determinada traducción política. El monopolio que los nacionalismos
periféricos pretenden ejercer sobre sentimientos, paisajes o hitos
históricos es el mismo que ejerció el franquismo, secuestrando lo que
nos pertenecía a todos. No nos dejemos engañar: podemos elegir ser
españoles sin ser por ello menos catalanes; ser catalanes puede ser el
contenido concreto, vivencial, que damos a nuestra identidad española.
Algo que por lo demás la mayoría de los catalanes ya saben, pues el
grupo más numeroso de entre ellos, según todas las encuestas, es el
formado por quienes nos consideramos, a la vez y con la misma
intensidad, catalanes y españoles.
Laura Freixas (Barcelona, 1958) es escritora. Su último libro de
narrativa publicado es Adolescencia
en Barcelona hacia 1970.
www.laurafreixas.com
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