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Laura
Freixas
El País, 27-10-14
CATALUÑA
Y EL PENSAMIENTO MÁGICO
En un asombroso artículo publicado hace
poco, un teólogo católico advertía del
“riesgo de una casi identificación práctica del
cielo cristiano con un ideal político o nacional concreto”,
es decir, la independencia de Cataluña (Salvador
Pié, La
Vanguardia, 1-9-14). ¿Exagera?... Les sugiero
que vayan a ver una película que acaba de estrenarse, L’endemà
(o busquen en internet el vídeo Los García,
Cataluña y el futuro de todos, cuyo mensaje
viene a ser el mismo), y verán a qué se refiere.
Dirigida por Isona Passola, presidenta de la
Academia Catalana de Cine, financiada por más de 8.000
personas mediante crowfunding
y subvencionada por la Generalitat y TV3, L’endemà
(“El día siguiente”) es un documental que pretende, dice,
“aclarar las dudas de los indecisos” sobre la conveniencia de un Estado
propio. Consiste en entrevistas a jueces, escritores, economistas y
otros profesionales, que nos describen cómo será
la Cataluña independiente. He aquí algunas de sus
predicciones: “habrá más plazas en las
guarderías”, “más inspectores fiscales”,
“más jueces y mejor formados”, “una economía
productiva, no especulativa”, “seremos la California de Europa”, “el
periodismo será más plural e independiente”,
nuestro presupuesto anual aumentará en “16.000 millones, o
sea 4 veces más de lo que hemos recortado”…
Es
difícil, llegados a este punto, resistir la
tentación de la ironía (…y nos
bañaremos en piscinas de monedas de oro, no vamos a ser
menos que el Tío Gilito) pero intentemos preguntarnos en
serio en qué consiste la propuesta de L’endemà,
es decir, el programa de la independencia.
Regularmente
aparecen en la prensa catalana cartas de lectoras y lectores inquietos
ante los interrogantes que plantearía la
transición hacia un Estado propio:
¿qué pasaría con la deuda?
¿con las pensiones? ¿con la Unión
Europea?... Ni que decir tiene qué responde L’endemà
a todas esas preguntas: Catalunya permanecerá en la UE, por
supuestísimo; las pensiones no solo se pagarán
sino que subirán un 10 % (sic), y en cuanto a la deuda,
¿qué deuda?, es el Reino de España
quien la ha firmado, allá ellos. Muy bien, supongamos que
nos lo creemos. Pero resuelta la transición, subsiste la
pregunta: ¿transición hacia qué?
Hacia una sociedad próspera, democrática y moralmente ejemplar, deducimos de L’endemà.
Sí, claro, pero ¿no aspira a eso mismo todo el mundo,
cualquiera que sea su credo, su nación, su opción
política? La cuestión es qué medidas concretas,
económicas y políticas, aplicar para conseguirlo. Parece
bastante difícil concebir un programa capaz de conducirnos a una
situación tan ideal; y más difícil todavía
teniendo en cuenta que deberían llevarlo a cabo partidos tan
dispares –pero hoy aliados en la propuesta independentista- como uno,
Convergència, fundado por un banquero (Pujol) en un convento
(Montserrat), y otro “asambleario, socialista, económicamente
sostenible y no patriarcal”, la CUP.
Se
trata, en fin, de la cuadratura del círculo. Y como aplicando el
pensamiento racional es imposible convertir un círculo en
cuadrado, el independentismo ha optado por sustituir la razón
por otra cosa: el pensamiento mágico.
Cualquier
nación, es cierto, utiliza elementos sagrados o mágicos
(himnos, fechas, banderas) para dar calor emocional a algo tan
frío como es un modelo de organización territorial. Pero
el independentismo va mucho más allá. Multiplicando la
frecuencia e intensidad de su uso, juega a fondo la carta irracional,
en detrimento del debate de ideas. Este consistiría por ejemplo
en preguntarse (como lo ha hecho Victoria Camps) si la mejor manera de
fomentar el catalán es convertirlo en lengua oficial exclusiva
de un Estado. Habría que investigar, ofrecer cifras, ejemplos
(el caso de Andorra), razonamientos… En vez de eso, el independentismo
prefiere un mecanismo mucho más sencillo y que se está
demostrando eficacísimo para movilizar a las masas: prometer
paraísos y azuzar emociones.
No
se trata de cuatro exaltados: es la Generalitat la primera en recurrir
sin vergüenza a la manipulación sentimental. Así,
conmemora una fecha asociada a la guerra, 1714, cuando podría
elegir otras que simbolizan la convivencia y que son sin duda alguna
más relevantes para la Cataluña de hoy, como 1977: al fin
y al cabo vivimos bajo la Generalitat, restablecida ese año, no
bajo el Decreto de Nueva Planta. Nos lanza mensajes subliminales, como
este del cartel que preside el Born, convertido en templo del
independentismo: “1714-2014: Viure lliures” (“Vivir libres”, como si no lo fuéramos), o el que titula una exposición sobre el asedio a Barcelona en 1714: “Fins aconseguir-ho! (“¡Hasta conseguirlo!”). Evoca a los catalanes fusilados por Franco (exposición “Cinc sentències de mort”),
olvidando convenientemente que algunos de los mayores políticos
(Cambó, Samaranch), escritores (Pla, D’Ors), artistas
(Dalí)… que ha dado Cataluña fueron franquistas hasta la
médula. Retrata a Mas en un gesto que imita el de Moisés
(pasado por Hollywood), bajo el lema épico “La voluntat d’un poble”;
el mismo Mas se dedica a avivar pasiones –y no las más
constructivas- hablando de las “humillaciones y desprecios” que
supuestamente recibimos. En la mejor tradición milenarista, la
Generalitat insinúa profecías (“Ara, la Història ens convoca”,
lema oficial del tricentenario), insiste en misteriosas concordancias:
1714-2014; 11-9 (Diada), 9-11 (el referéndum); y llega a
extremos tan pueriles como el detalle de que el mástil de la
senyera situada junto al Born mide 17,14 metros.
Con
razón se inquieta nuestro buen teólogo: el
independentismo le hace la competencia. Al igual que algunos los
proyectan en Dios y el Paraíso, otros están proyectando
en el Estado propio, como en una pantalla en blanco, todos sus
sueños, sin las molestas trabas que al deseo pone la realidad.
¿Los costes de le independencia? Nulos: “estaremos mejor, sin
perder nada”, asegura uno de los entrevistados en L’endemà.
¿La escasez, base, por definición, de toda
economía? Borrada de un plumazo: con 16.000 millones más
(los que supuestamente nos expolian), habrá dinero para todo.
¿El conflicto, propio, por definición también, de
la vida en sociedad? Resuelto con un golpe de varita mágica: en L’endemà los no independentistas simplemente no existen; en toda la película no aparece ni uno.
Y
así, exaltados por la unanimidad, arropados por el calor de las
masas, uniformados de rojo y amarillo, confortados por la certeza de la
propia bondad inmaculada, convencidos de que el Mal no es cosa nuestra,
sino de un ente maléfico llamado España, que nos
venció, nos fusiló, nos oprimió, nos expolia, nos
desprecia, nos humilla y tiene la culpa de todo, embobados por himnos y
banderas, adormecidos por la repetición de consignas y gritos de
rigor, confiando ciegamente en un endemà que será Jauja, vamos siguiendo en fila, alegremente, a ese que toca la flauta.
www.laurafreixas.com
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