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Laura
Freixas
El País, 22-10-15
CATALUÑA:
MITOS Y EMOCIONES
Estas
elecciones son como enamorarse”, aseguraba en Twitter
la escritora catalana Bel Olid refiriéndose al 27-S. “No sabes
cómo acabará,
pero ya te ha cambiado la vida”.
La
definición es excelente. Igual que el amor romántico
activa unos estereotipos que son falsos, pero cuyo atractivo emocional
los hace
irresistibles, también el soberanismo se sustenta en mitos
consoladores y que
suscitan adhesión. Básicamente, cuatro:
Unanimidad.
Uno de los eslóganes centrales del procés es un
sol poble. ¿Afirmación o ideal? Si afirmación, es
falsa: no votan lo mismo, ni
mucho menos, el interior y la costa, hablantes de catalán y
castellano, el
campo y el cinturón industrial. Ante tales diferencias,
¿qué propone el
soberanismo? ¿Respetarlas, dialogar?... No parece: como ideal,
un sol poble
apunta a una homogeneidad imaginaria en la que, de todas las
identidades
posibles (género, clase social, origen étnico…), solo hay
una, la catalana,
dotada de significado y de derechos.
Continuidad.
Es muy marcada en el soberanismo la idea de una
continuidad histórica. Hay quien dice votar “por los muertos” de
1936-1939 o
1714; otros aseguran hacerlo por sus nietos, a los que llevan a la
Diada
envueltos en banderas… En realidad, ni los derrotados de 1714 ni la
mayoría de
los republicanos luchaban por la independencia de Cataluña, y en
cuanto a las
niñas y niños, ignoramos su voluntad política
futura. Pero es tan
tranquilizadora esa idea de una comunidad milenaria, impermeable a los
avatares
históricos, unida en el amor (la independencia, oí decir
en una tertulia, “es
como formar una nueva familia con gente que se quiere”), sin conflictos
generacionales (ni de ningún tipo), respaldada por un presunto
mandato de la
Historia y con el plus de emotividad (tan fácil de confundir con
legitimidad)
que aportan “héroes” y “mártires”…, que no es
extraño que despierte entusiasmo.
Superioridad.
Cataluña “ha amado a pesar de no ser amada”,
recibiendo a cambio “menosprecio”; pero es tan bondadosa que el
despreciador
“nos va a encontrar siempre con la mano tendida, ajenos a todo
reproche”.
Parece una fotonovela, pero es un artículo del president (A los
españoles, EL
PAÍS, 6-9-15). La visión de Cataluña como un
pueblo superior y por eso mismo
perseguido con saña ha calado a fondo estos últimos
tiempos. Aparece en el
artículo de Mas, que califica la sociedad catalana de “racional,
productiva,
libre, justa” (a diferencia, hay que sobreentender, del resto de
España), o en
la declaración de soberanía del Parlament, donde leemos
que ya en el siglo XIII
Cataluña defendía “la igualdad de oportunidades” (un
portento: socialdemocracia
en pleno feudalismo), y la remachan día a día
innumerables columnistas con un
mensaje simple y eficaz: nosotros somos dignos, valientes,
pacíficos,
demócratas, “estamos dando una lección al mundo”…; ellos
(España, toda en el
mismo saco) son autoritarios, cínicos, ladrones: “nos roban”,
“nos maltratan”,
“nos humillan”, “no nos quieren”, “solo quieren nuestro dinero”... Se
divulga
una versión de la Historia según la cual los catalanes
nunca participaron,
salvo como víctimas, en nada reprobable: guerras, franquismo,
discriminación, explotación
económica del prójimo…; no hubo ni hay otra cosa que
“España contra Cataluña”.
Ilusión.
Desde el principio, este nuevo independentismo
surgido en los últimos años se ha presentado como “de
buen rollo”, “pacífico,
festivo” y lleno de “ilusión”, despachando cualquier
crítica como “campaña del
miedo”. Ahora, esos soberanistas que como hemos visto no temen a nada,
y menos
que nada a la cursilería, hablan de “la revolución de las
sonrisas”. Con una
sonrisa, desobedecen las leyes que juraron cumplir y hacer cumplir; con
una
sonrisa, celebran su propia “victoria incontestable” en lo que
según ellos era
un plebiscito y en el que sus candidaturas sumaron menos del 48% de los
votos;
con una sonrisa, tildan al que tiene cualquier otro proyecto
político de “mal
catalán” y “traidor a la patria”; con una sonrisa acosan al
disidente, le
insultan, le amenazan.
El
problema para quienes, desde la izquierda, nos
oponemos a la secesión de Cataluña (porque pensamos que
crea más problemas de
los que resolvería y que es una cortina de humo para que sigan
mandando, sin
siquiera rendir cuentas, los de siempre), es que operamos solo con la
razón, en
un terreno de juego donde lo que cuenta y se maneja son mitos y
emociones. Y
como amargamente nos enseña la historia, la batalla de las
emociones la gana
fácilmente el patrioterismo.
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